miércoles, marzo 28, 2007

Europa, Europa

La Unión Europea celebra 50 años de decidir unir fuerzas para remontar la difícil situación en que se encontraban al final de la Segunda Guerra Mundial. Funcionó aquello de dejar las enemistades para después y protegerse ante una peor amenaza que era la Unión Soviética. Luego pasó lo que pronostican muchos académicos, que al funcionar los acuerdos de libre comercio se acabaron las rivalidades militares y cedieron paso a la cooperación internacional. Lo que se pasó a otro carril fueron las disputas políticas, que ahora ya no usan guerras, sino otros medios más políticos para lograr sus fines. ¡Bien por Europa!

Comparados con los Tigres del Pacífico que no han vuelto a ser la gran promesa que eran antes de 1997 o con nosotros, los perennemente estancados latinoamericanos, la llevan muy bien. Los rusos tampoco logran vencer las terribles consecuencias de su corrupción interna, de la gran desigualdad económica que está peor que en los últimos tiempos de los zares y que no han podido adaptar la economía al nuevo sistema. Putin y los rusos siguen añorando aquellos tiempos en los que todos les temíamos o les admirábamos.

Y ahí está China, como jugoso mercado y como amenaza, porque su competencia es más desleal que la de cualquiera, pero su tamaño lo hace parecer insuperable (¿sombras chinas?). También la India, que produce más software, médicos e ingenieros que toda Europa y que en menos de 20 años han hecho su propio milagro. Pero, al igual que América Latina y Asia, estos nuevos gigantes tienen pies de barro: la globalización y los beneficios no se reparten por igual entre su población y se mueven a varias velocidades y a varios niveles.

Europa es víctima de su propio éxito. La fórmula que permitió el crecimiento económico más o menos equitativo entre los socios hizo posible que los nuevos miembros con menor desarrollo relativo pudieran prosperar bajo la bandera de la CEE. Pero la adhesión de integrantes con una economía en la dolorosa transición del comunismo al capitalismo ha creado un desequilibrio: muchos de los países que se adhirieron en 2004 no gozan de todos los beneficios. Tampoco es lo mismo lo que puede aportar la Rep. Checa que Hungría. Y tampoco se puede confiar en gobiernos que maquillan cifras y mienten para alcanzar las cifras y a los que luego se les descubre el juego, como hicieron los húngaros. Pero ya entraron y ahora son problema de la Unión Europea. Ni hablar de los que ingresaron este mismo año: ni siquiera podrán tener acceso a la utopía del libre tránsito de personas. No sé si no se les ocurrió que abrirle las puertas a Bulgaria y Rumania significaba que sus economías eran más débiles y que sus vicios eran más grandes de los que se habían imaginado y también tendrán que cargar con estos bultos.

Mientras tanto, se burocratizan, se centralizan y se bloquean solitos. ¿Por qué un solo país puede revertir el esfuerzo de los otros 26? Mientras no establezcan otra forma más ágil y eficiente de llegar a acuerdos, se les estará pasando su mejor momento para tener un papel más protagónico en la política mundial. Lo tienen por ser un enorme bloque, pero no avanzan por sus enredos burocráticos. Y mientras se deciden, la alianza se agrieta porque cada uno por separado toma sus propias decisiones y eso los debilita frente a Estados Unidos, que sigue siendo una superpotencia.

Lo más triste es que le sigan negando la entrada a Turquía, cuando tienen la hipocresía y el descaro de aceptar a países con peor situación económica y política, como Bulgaria y Rumania. Y encima demuestran un favoritismo rampante hacia países con peores abusos en derechos humanos como Croacia, Bosnia o Serbia. Felicidades, a los 50 años Europa decide echar todo el progreso por la borda tomando decisiones sesgadas con respecto a su ampliación. "Ha se los haiga", como decía mi nana Belén.